lunes, 12 de diciembre de 2011

Después del acueducto es todavía peor

Hoy mismo, para variar un poquito, en vez de ir al trabajo he vuelto (sí, sí, aunque lo parezca no vivo en el trabajo ni nada, solo voy de vez en cuando) después de un divertido turno de noche en el que ha quedado patente, nuevamente, que me hago mayor (cada vez me cuesta más) a velocidad absurda.
Pero trabajar a turnos tiene sus cosas buenas. Por ejemplo, yo el acueducto descomunal de la semana pasada lo he visto como a las meigas gallegas, que no existen pero que la gente dice que haberlas hailas. Sin embargo, hoy he descubierto que hasta eso tiene su lado bueno porque, llegando yo a mi metro (¡qué bonito que es mi niño, sobre todo cuando llega para llevarme a casa!) con la satisfacción de saber que me quedan por delante tres bonitos (e inusualmente cortos) días de descanso (que ni descanso ni nada, que para eso ya está el trabajo...) con una sonrisa inmensa en la cara; pruébenlo, como aconseja el gran Quino a través de su personaje más internacional: Mafalda, sonrían los días de diario por la mañana y verán lo divertido que es ir llevándole la contraria a todo el mundo; me encuentro con un panorama absolutamente desolador...
Desolador que les parecerá a las buenas personas, que aman a su prójimo y tal... Yo, que más bien soy un poquito mamoncete con acento en la "uta", disfruto más que Hannibal Lecter de Erasmus en una tribu caníbal centroafricana.
Y así que me encuentro, con la felicidad sincera y absoluta de quien tiene unos diítas de asueto por delante, con un montón de rostros desencajados y cadavéricos. Todos ellos propiedad de los que, a buen seguro, más han aprovechado el acueducto de la semana anterior. Algunas expresiones, de verdad de verdad, eran verdaderamente dramáticas y, por otro lado, absolutamente transparentes. La mayoría, evidentemente, tenían cara de estar cagándose en la ONCE por no haber sacado sus numeritos en el último sorteo y haberles retirado de la dura vida del currante (y más dura que va a ser con el nuevo gobierno, y si no, tiempo al tiempo), tipo el "cacharro" del gran Nacho Vidal. Me encontré con alguno que, creo, incluso se planteaba el suicidio por el doloroso método de escuchar una y otra vez, ininterrumpidamente, el disco de duetos de Raphael y El Fary (que no sé en realidad si existe, pero tendría que ser escalofriante...) o, por concretar un poco más, el disco (que seguro, segurísimo, que no van a sacar en su perra vida) de cierto grupo de flamenquito de infausto recuerdo para todos los asistentes a la cena de Navidad del trabajo, en el que se incluyen sus éxitos "Me dan ganas de hacerme daño escuchándoos", "Me voy a echar ácido en los oídos si seguís cantando" o, el favorito de todos, "¿Por qué me tengo que salir a la calle a fumar si vosotros estáis dentro y también matáis?".
Pero también he visto a alguno que otro con cara de psicopatilla, analizando y planificando mentalmente como iba a asesinarnos a todos los viajeros de su tren, sobre todo a los cabroncetes como yo que íbamos con cara de felicidad (aunque, ahora que lo pienso, creo que yo era el único).
Y es que la vuelta a la vida diaria, después de un acueducto más gordo que el de Segovia, se hace un poquitín cuesta arriba para mucha gente. Suerte que tengo yo (y mis compis y otros currantes de sectores diversos) de trabajar a turnos. Ya que no tenemos puentes ni fines de semana (bueno, sí. Alguno toca de higo a breva...), algo bueno teníamos que tener. Sobre todo a los que, como yo, somos bastante mamoncetes y disfrutamos enormemente observándole el careto al personal...
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario