martes, 25 de octubre de 2011

Un taller como los de antes

Hoy mismo, aunque no me ha tocado trabajar, me he visto obligado a coger el metro por tener que dejar el coche en el taller, que ya le iba tocando una revisión más o menos a fondo, que no le metían mano desde que la Esteban escribió algo sin faltas de ortografía...
Bueno, como no tenía ni idea de dónde llevarlo, me puse en contacto con mi padre, que tiene amigos hasta en el infierno (como dice el refrán) y me recomendó uno situado cerca de su trabajo.
Y ahí iba yo en mi metro de vuelta a casa, contentísimo por haber dejado mi coche en un taller de los que ya no hay. Como los de antes.
Porque, según lo que iba pensando, ahora vas a un taller de esos modernos y no sabes si estás entrando en un sitio para que te arreglen el coche o en una clínica estética, con spa y todo. Entras por allí y está todo blanco y limpio, perfectamente ordenado. En las paredes, como mucho, algún póster elegante del último ferrari o, si el sitio tiene verdadera clase, del último Mercedes deportivo. Suele haber incluso una sala de espera, con sus sofás, con sus plantitas (habitualmente de plástico, que lo sé yo) y sus revistas (de coches, evidentemente, pero de unos coches que no me podré comprar aunque trabaje hasta los doscientos veintres años), que cuando le llaman a uno no sabe si decirle que tiene que cambiar un manguito o hacerse un implante de mamas.
Y además te atienden unos chavales más pequeños que tú, pulcros hasta imaginar que se levantan tres horas antes para hacerse la manicura, con cara de tener una Licenciatura en Ciencias Mecánicas y un Máster en Colocación Avanzada de Manguitos y otro de Bujología Aplicada a la Máquina de Conducción.
Pero, por fortuna, el taller al que he ido hoy no era así. En absoluto. Era como los de antes, como los que a mí me gustan. Un sitio pequeñajo, sucio y oscuro, tanto, que uno no sabe si va a que le areglen el coche o a comprar drogas. Y las paredes... ¡Como debe de ser! Almanaque descomunal (de 1987 por lo menos) con señora en pelota viva. Absolutamente gráfico, ¡nada de poses elegantes ni tonterías!, y primer plano revelador de lo que por estas tierras se da en nombrar como "gato acostao".
Y ahí que sale a recibirte el mecánico, tropezándose varias veces con todas las porquerías que tiene tiradas por enmedio: viejales gordísimo y medio calvo que lo más extenso que se ha leído en su vida es la alineación del Betis en el As (mejor el As que el Marca por la fotito diaria de la chavalita en la última página, hombre por Dios...). Sucio como si se hubiese arrastrado por un campo de entrenamiento iraquí durante horas, con una camiseta interior de tirantas que le marca el "musculado abdomen" y que, antes de darte una mano absolutamente asquerosa, se la limpia con un trapo (muchísimo más asqueroso aún) que lleva metido en los huevos (desde solo Dios sabe cuándo).
Es entonces cuando, independientemente de lo que tú le dices que quieres que le haga al coche, le abre el capó y desenrosca el tapón de la gasolina para inspeccionar y tal, mientras el tío apura (con dos cojones) un cigarrillo con tres dedos de ceniza consumida colgando justamente sobre la entrada del depósito. Y uno piensa: ¡Joder! ¡Que nos vamos a matar! Pero luego recapacita y se dice: ¡Pues sí señor! ¡Así es como hay que hacer las cosas! ¡Se ve que este tío sabe de esto!
Y es que, como he dicho, ya no hay talleres como los de antes. Una auténtica pena. Ahora lo que se lleva son clínicas estéticas para vehículos (como esta sociedad es cada vez más avanzada y mejor y todos nos queremos mucho, muac, muac...) ¡Ah! ¡Y el coche perfectísimo en solo un par de horas! Definitivamente ya tengo taller para cuando lo necesite. Es que yo soy muy tradicional.
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje!

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