lunes, 10 de octubre de 2011

De chicles y crepes

Iba yo el otro día montado en mi metro, volviendo del trabajo, cuando me fijé en algo que me resultó, cuanto menos, curioso. Vi un chicle pegado en el metro. Parecía reciente. Si me concentraba un momento hasta podía oler todavía el aroma a menta, o quizás fuera hierbabuena, nunca se me han dado muy bien los olores, supongo que a causa de mi largo historial de fumador a lo carretero de la ruta de San Morondongo de Abajo a Brutotes del Río.
Pero bueno, que lo que me llamó la atención no fue el chicle en sí mismo, sino el lugar en el que descansaba pacientemente tras soportar horas de mastiqueo incansable. El chicle estaba pegado en el techo del vagón. Mi primera idea fue que alguno de los hermanos Gasol se había estado dando una vuelta por los subterráneos de Sevilla porque, si no, no se me ocurría cómo había podido llegar hasta allí aquel chicle. Aunque unos segundos después se me pasó por la cabeza otra opción: tal vez la mona chita estuviera de gira en la ciudad y ofreciera demostraciones gratuítas para captar público para su espectáculo (como la cosa está tan mala...).
Pero en aquel momento recordé un imposible de la física que posibilitó que una masa informe (como un chicle, mismamente) llegara a un techo aún más alto que el del metro. Me explico:
Hace ya algunos años, mis padres permitieron que, al fín, mi novia y yo pasáramos unos tranquilos y románticos días de verano en la casa que tienen ellos en la Costa del Sol. Caía ya la tarde y, como estábamos en plena pretenporada futbolera, Canal Sur retransmitía un interesantísimo partido amistoso del Sevilla contra un equipo portugués de cuyo nombre no quiero acordarme (¡Toma ya! ¡Cultivado el chiquillo!). Era un amistoso típicos de esa fecha, de esos de trofeos para todos al terminar, en plan Copa Danone.
Mi queridísima novia, en un detalle de grandeza y cariño sin igual, me dijo que me sentara tranquilamente en el sofá a ver el partido y a degustar una cerveza bien fresquita. Ella se encargaría de hacer la cena: haría crepes. ¿Acaso hay algo menos nocivo, peligroso y beligerante que unos crepes? ¡Pues claro que no!, diréis. No podríais estar más equivocados.
Allá que corría el minuto veinte del partido sin que ninguno de los jugadores de ambos equipos diera una carrera aunque les fuera la vida en ello. Aunque a mí lo que me valía era el haberme escaqueado de la cocina. En aquél momento, densos nubarrones negros cubrieron el cielo de la playa mientras de la cocina salía, a un volumen atroz, un sonido agónico y metálico. Fue como si algún dios rencoroso hubiera rasgado el cuerpo de uno de los temidos Titanes de la mitología griega (¡y sigue el tío! ¡No se puede ser más pedante!). En mi profunda sabiduría, decidí hacerme el sueco y seguir disfrutando del aburridísimo partido. Sea lo que fuere que había pasado, no tenía nada que ver conmigo. Pero entonces, ¡oh, horrible destino!, una vocecilla suave, poco más que un susurro, emanó de la cocina con el objetivo de mis oidos y pronunció las palabras exactas: "Dani... No vengas..."
Al instante, me levanté del sofá y me asomé a la cocina. Para los seguidores de las diferentes teorías de la conspiración, he de confesar que las imágenes borrosas de Kabul durante la Guerra de Irak no son en realidad lo que desde las noticias nos estaban vendiendo. La verdad es que eran imágenes tomadas de la cocina de la casa veraniega de mis padres en el mismo momento en que se me ocurrió ir a echar un vistazo.
La masa de los crepes, mucho más numerosa y mejor organizada y entrenada que mi pobre novia, había decidido invadir la cocina. Y allí me planté yo, en mitad de la estancia, comprobando anonadado cómo la escurridiza masa se extendía por el suelo, paredes, electrodomésticos, muebles y, por supuesto, y muy especialmente, por el techo. Junto a mí, totalmente superada por un ataque tan violento como injustificado por parte de la cruel masa de crepes, mi queridísima novia me miraba con unos enormes ojos de dibujito manga, balbuceando una serie de justificantes que a mí me sonaban a rueda de prensa de entrenador derrotado: No hay rival pequeño... Cuando la pelotita no quiere entrar... La culpa fué del árbitro...
En fín, que me olvidé del fútbol y, arremangándome, me puse a limpiar mientras la mandé al cuarto, castigada por haber perdido la cocina sin presentar una resistencia más feroz.
Chicles y crepes...  Puede que un techo no sea el lugar más normal del mundo donde encontrarlos pero, os lo puedo jurar, a veces pasan cosas que los ponen precisamente ahí, igual que aquella vez, en la casa de vacaciones de mis padres, mi tensión llegó también hasta el techo.
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje! 

1 comentario:

  1. Bueno, de todos es sabido que el techo es un buen objetivo para atacar, sino que se lo digan al techo de mi cocina el cuál aún tiene las marcas de la gran lucha de tres hombres contra una botella de vino.....
    Por las marcas creo recordar que ganó el vino....

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