domingo, 16 de octubre de 2011

Señores pasajeros...

Ayer mismo me ocurrió algo novedoso desde que soy usuario habitual (casi diario) del metro. Iba yo con mi novia hacia el centro para dar un paseíto y gastarnos un dinero que no tenemos y tal cuando, nada más subir a nuestro metro y cerrarse la puertas, un mensaje empieza a sonar repetitivamente por los altavoces de los vagones. No soy capaz de poner en pie las palabras exactas, pero decía algo más o menos así:
"Señores pasajeros, por avería en la línea el servicio normalizado se ha ido a hacer puñetas, así y todo el metro se mueve y hemos cerrado las puertas, atrapándoles sin remisión en su interior (para angustia descomunal de claustrofóbicos varios). Nos estamos pensando además apagar todas las luces, básicamente por joder. Perdón por las molestias, que les vayan dando y muchas gracias."
Y ahí nos encontramos todos los señores viajeros, sin tener ni idea de lo que pasaba en la línea, pero un poco acojonadetes con el mensaje que sonaba una y otra vez (no se nos fuera a olvidar), mirándonos las caras unos a otros con esas expresiones tan típicas de "no pasa nada. Esto me lo como yo con patatas. Total, no tengo nada que hacer hasta que empiece el Betis esta tarde..."
El metro seguía su camino, sin embargo, con bastante normalidad, así que todos (al menos yo), nos pusimos a elucubrar sobre qué leches podría ser lo que ocurría.
Mi primera opción fue pensar que una guerrilla paramilitar bien organizada de albano-kosovares habían tomado el metro con el objetivo de tomarnos a todos como rehenes para exigir la liberación inmediata de Don Pimpón o de otro gerifante peludo de esos que son muy malos y muy peludos pero que siempre están en la cárcel (por eso mismo necesitan que se los libere inmediatamente. Que digo yo que ya puestos, que se busquen otros líderes un poco más espabilados que no se dejen coger). Pero descarté esa opción cuando se me ocurrió que qué leches nos iban a valorar a nosotros las autoridades competentes como objetos de intercambios. Además, con la de años de retraso que han acumulado las obras del metro, sería una putada excesiva que ahora vengan y nos lo rompan. Seguro que eso lo tendría en cuenta una guerrilla militar de albano-kosovares, que en el fondo son buena gente y tal, pero es que la cosa está muy mala.
Así que tuve que pensar en otra cosa, y ahí fue cuando se me ocurrió que Antoñito, empleado del metro y encargado del panel central desde el primer día, al fín había reunido el valor suficiente para decirle a Mari Puri, su compañera del alma, con la que trabaja codo con codo desde el primer día, todo lo que le dictaban sus verdaderos sentimientos hacia ella y ésta, embargada de amor, emoción y guarreo del bueno (como dijo muy acertadamente Woody Allen, el sexo solo es sucio cuando se hace bien), se avalanzó sobre Antoñito para hacerle el amor salvajemente. Y en esas estaban cuando Antoñito, perdida ya toda compostura y tras una rápida bajada de bragas a Mari Puri, la agarra fuertemente por los cachetes y, levantándola, la planta encima del panel central a lo Rocco Sifredi, pero con la mala suerte de que el trasero celulítico y un poco caido de Mari Puri va a presionar exactamente el botoncito que hace que resuene un mensaje pelín preocupante por los altavoces de los metros varios. Si fue este el motivo, de verdad, me parece perfecto.
No obstante, como caí después en la cuenta, lo más probable es que alguno de los metros se hubiese quedado tirado (otra vez, y ya van una barbaridad de montón de veces) en algún punto de la vía y el paso estuviera bloqueado. Pero bueno, al menos nuestro metro llegó sin incidencias (no más que el mensajito de los cojones una y otra vez lo que, ya lo contaré otro día; o si no pregunten a mi hermano; me recordó inevitablemente a Quesos Vega e Hijos) a la parada del centro.
En fín, que creo que no hubiera estado mal lo de los albano-kosovares o lo de Antoñito y Mari Puri (sobre todo esto, porque el guarreo es guarreo, y no está la cosa como para no aprovechar las oportunidades). Al menos así se podría haber enmascarado un poco la incompetencia general (y habitual) del metro y, ¿por qué no?, cambiar un poco la rutina diaria de unos pasajeros demasiado acostumbrado a que les den por el culo como siempre, sin que se innove ni siquiera un poquito.
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje! 

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