martes, 11 de octubre de 2011

Asientos vacíos y dispositivos de invisibilidad

Creo que hay una cosa muy curiosa que cualquiera puede comprobar con facilidad cada vez que se sube en un metro. Bueno, en realidad hay dos cosas.
La primera son los sofisticados y aún solo de uso experimiental dispositivos de invisibilidad absotuta o, como son comúnmente conocidos por el gran público, poco cultivado en terminología aeroespacial de tan ultimísima generación, los auriculares para escuchar música en el móvil.
Ves ahí a la gente que entra, se sienta y se coloca sus auriculares y, al instante, se vuelven completamente invisible para con todo y para con todos los que hay a su alrededor.
Entonces es cuando yo me imagino que, a causa del fín del mundo, de la conjunción de los astros, del programa de Sánchez Dragó, o de la intolerable maldad de la especie humana, se abre un horrible vórtice desde el inframundo, conectando exactamente con la red de metro, y aparecen, más que dispuestos a acabar de una vez por todas con la humanidad, todas las legiones del Averno, compuestas por demonios y criaturas deformes y sanguinarias que van sembrando el caos y la destrucción a su paso... ¡Pero no pasa nada! Los de los cascos en las orejotas ni se inmutan, sabedores con tranquilidad de que su presencia no puede ser detectada ni por el mismísimo Dios, que baje de los cielos para invitarles a unas cañas. O, al menos, así se comportan desde el mismo instante en que se los ponen en sus pabellones auditivos (nota pedante de hoy...). Creo yo que, al menos, deberían preocuparse de que, debido al poder especial que esos circulitos acolchados les otorgan, deberían tener cuidado de que no fuera a ir alguien y sentárseles encima. ¡Pero no! ¡Son lístos los tíos (y tías)! Y son perfectamente conocedores (debe ser por el uso de tecnología tan avanzada) de la otra cosa curiosa en la que cualquiera puede fijarse cuando se sube a un metro. Yo lo llamo "El axioma de los asientos vacíos" y su formulación podría (y debería) ser más o menos así: "Siempre que existan tres asientos en el lateral de un vagón de metro y los dos de los extremos se encuentren ocupados por personas que no tienen la más mínima relación entre sí, el asiento del centro se encontrará siempre libre, tendiendo a ser ocupado, muy ocasionalmente, por otra persona que se sentirá inexplicablemente fatal por lo que acaba de hacer"
¡Pues sí! En los medios nos llenan la cabeza (y nos quitan las ganas de llenarnos los estómagos) con un montón de panfletadas sobre la unión social del tipo "apadrina a un negrito" (por que si el chaval que está superputeado es de aquí, que le den por el culo...) o "cuida el mundo que le vas a dejar a tus hijos" (si alguna ves tu pareja y tú tenéis la inmensa suerte de trabajar los dos y, tras hacer frente a una hipoteca, a un coche, a la luz, el agua, el gas, la gasolina, seguros varios...os quedan ganas (y sobre todo unos centimillos sueltos), más que de cortaros la venas, de traer un niño al mundo para dejaros los cuernos en darle una vida que sea un poquito mejor que la vuestra). Pues desde las altas esferas son cosas de este tipo las que quieren que hagamos. Y yo me pregunto: ¡Pero si no siquiera somos capaces de sentarnos unos junto a otros en el metro! ¿Cómo vamos a lograr ser una sociedad un poquito (solo un poquito, porque el esfuerzo cansa y tal) más humana? O a lo mejor es que ya lo estamos siendo, porque últimamente, el ser humano se está convirtiendo, a pasos agigantados, en un hijo de puta descomunal.
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje!

Nota: Aunque sea poca cosa, dedicado a una gata que, como yo, ya ha descubierto la de hijo de puta que hay suelto por ahí, sin correa ni nada. Seguro que ahora está comiendo del mejor caviar.    

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