jueves, 15 de diciembre de 2011

Las apariencias engañan

Cuando a uno le toca trabajar de noche un fín de semana se arriesga a que, cuando sale con ojeras y carita de sueño hacia el metro, pueda toparse con algún que otro personaje pintoresco que, o bien va de recogida tras una noche loca, o bien está tan puteadito (¡el octavo enanito!) como uno y vuelve de trabajar o (peor aún) va hacia su lugar de empleo.
Pues ahí estaba yo soñando con un café calentito y mi cama (a ser posible solo, nada más que para dormir. ¡Qué triste es hacerse mayor!), cuando llegó mi metro. Y claro, inocente de mí, voy yo y me subo, totalmente ajeno a que estaba a punto de fliparlo muchísimo.
A esas horas había otras tres personas en el metro: chavalita mona con cara de sueño, pelo recogido en una cola y un poco más pintada de lo normal para ocultar las ojeras. Tenía toda la pinta de ir a trabajar o a algún sitio igual de desagradable (tanatorio, laboratorio de pruebas con humanos, dentista...). Por otro lado me encontré con un tío de veintitantos con sus vaqueros, sus deportivas de marca, su sudadera inmensa con capucha, sus oros colgando a lo negro del Equipo A y su pelado al cepillo el cual, más que estar sentado, se había dejado caer en el asiento (¡plaf! Tipo peso muerto). Me pareció que venía de recogida tras, como se suele decir, "haberse dado fuerte". También, por último, nos acompañaba una señora cincuentona recién duchada (porque tenía el pelo mojado, más que nada, no es que me hubiese duchado con ella, que tampoco hubiera pasado nada... ¡Ah! Para los que digan que podría ser mi madre, les confirmo que no, yo a mi madre la conozco y es otra señora...), con su faldita color caqui a la altura de las espinillas, su blusa, y su rebequita marrón bien abrochada.
Hasta aquí todo normal. Y siguió siendo normal un ratito, justo, justo hasta cuando empezó a sonar en todo el tren un tema de hip-hop más bien durete. Que la canción (o el destripamiento de gato a causa de brutal atropello, que es a lo que sonaba) estuviera en inglés se supuso un verdadero problema, ya que mi relación con la lengua de Shakespeare es más bien flojilla, tipo la de Jose Luis López Vázquez cuando perseguía las suecas por las playas de Benidorm. No obstante, tras cuatro visitas a Londón, algo pude pillar. Por lo visto, la letra repetía de diversas formas una bonita y romántica idea que, traducida al español, sería algo así como: "¡Ven pa'cá que te voy a dar lo tuyo!"
¡Tate!, me dije, al pelo cepillo se le ha ido ya la pinza definitivamente... Pero no, el chaval estaba medio frito, con las manos en los bolsillos, y sin ningún dispositivo que pudiera reproducir semejante basurilla.
Bueno, pensé, lo mismo la moza de las ojeras bajo el maquillaje necesita un poco de marcha para aguantar lo que fuera que tenía por delante... Pero tampoco. La pobre mía iba con la mirada perdida en el vacío, rememorando la cama calentita en la que había estado durmiendo solo un ratillo antes.
En aquel momento, en el que ya me levantaba para bajarme en mi parada, me fijé en que la señora cincuentona sostenía en la mano un móvil, sin cascos ni nada, que parpadeaba mientras reproducía la pegadiza musiquilla.
¡La leche!, pensé, ¡pero si es la viejuna! Pues sí, a la señora cincuentona le iba, a primerísima hora de la mañana, el hip-hop duro y tirando a guarrete. Lo que me hace pensar que solo hay dos opciones posibles: que las apariencias engañan (y que en su casa tenía un body de látex negro y una fusta, y me parece muy bien), o que su hijo adolescente le había metido la cancioncilla en el móvil diciéndole que era una versión nueva, en inglés, de uno de los grandes éxitos de doña Concha Piquer, el muy mamón.
Cada uno que elija la que prefiera. Yo me quedo con la del látex, por eso del guarreo sucio y tal.
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje!

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