sábado, 12 de noviembre de 2011

Perra memoria

Iba yo tranquilamente en mi metro el otro día y, por casualidad, sin ningún motivo aparente, me acordé de alguien que ya no está. Supongo que pasaría alguien con su mismo perfume, o alguna persona entraría en el vagón con una bolsa del pan, o alguien llevaría alguna bata de flores diseñada especialmente para miradas inquietas, como diría mi admirado narrador Héctor del Mar. (¡Sí, sí! ¡El de la lucha libre! ¡Soy un inmaduro infantiloide y todo eso! ¡Pero me da igual lo que diga todo el mundo! ¡Es un deporte de verdad!)
En fín, que se me pasó su imagen por la cabeza y, tras unos segundos de evasión, caí en la cuenta de lo perra que es esta memoria nuestra. Y es muy perra porque, con el tiempo, te manipula los recuerdos y te los presenta enmarcados por uno de esos horteras bordes de página del Word de corazoncitos, manzanitas, caramelitos y esas cosas.
De verdad, jamás conocí a nadie más cabezota, caprichosa, egoísta y pesada. Tenía a gala, además, toda una serie de estravagantes manías repetitivas hasta la saciedad de las cuales, para más inri, jamás se encargo en persona. No. Su estilo era más de dar una constante y chirriante brasa descomunal al primero que cogiera por banda (generalmente a mi hermano Luis, silente -o no tan silente- sufridor del "Un, Dos, Tres", mártir penitente y paciente hasta dejar al Santo Job en las bragas más descomunales del universo).
Todos, o al menos muchos, recordamos habitualmente su recopilación de grandes éxitos (muchísimos más escuchados que los de Raphael, Bisbal o Julito Iglesias): "A ese animal hay que sacarlo", "Súbete tres chatas y ya que vas pastelitos sin azúcar para mí", "Yo lo haría pero es que no puedo" y, el preferido de todos "El brazo, el brazo".
Lo cierto es que la recuerdo malísima y agonizante desde que nací, pero a ver quién era el guapo que la dejaba en tierra cuando tocaba ir por ahí a comer. Ese era otro de sus grandes éxitos: "yo el más chico, quemado y asqueroso de todos". Siempre acompañado por el coro "¡Eso es mucho para mí!", lo que no la privaba de probar (salvajemente) los platos del resto de comensales. ¡Ah! Para terminar, llegaba el número supremo. Independientemente de que estuviéramos en Tasca Manolito, especialidad en serrín por los suelos para que no se huelan los vómitos de los borrachos, o en el Restaurant Puturrú de Fuá, ahí que sacaba ella su bolsa de Cheetos vacía y se ponía a recopilar toda la carne que había sobrado al feroz grito de "para mi perro, para mi perro" (lo que daba lugar a tristísimas escenas nocturnas de mí mismo comiéndome un sandwich de atún mientras el perro me miraba divertido a la vez que se zampaba un solimillo espectacular).
Total, que diecinueve años compartí casa y vida con ella, rebozándome en sus manías y constantes quejas egoístas.
Y ahora, perra memoria esta que tenemos, me acuerdo sobre todo de cierta bandeja con el escudo del Betis, de charlas de sus tiempos de postguerra en la calle Hiniesta, de paseos por el parque con ella y con mi abuelo, de los madrugones para ir a ver a Los Armaos y a Los Gitanos en la mañana del Viernes Santo, el degustar los desayunos en el Becerra, junto al gran Paco Gandía, de su balcón lleno de juguetes en la mañana de Reyes...
En fín. Va a ser que, a pesar de todo (y no me olvido jamás de ninguno de sus grandes éxitos), la echo un poquito de menos. ¡Qué memoria más perra esta nuestra!
¡Uf! ¡Llego a mi parada! Tengo que bajarme. ¡Hasta el próximo viaje!

Nota: Dedicado a mi perra memoria y a la intérprete de tantos y tantos éxitos inolvidables.

1 comentario:

  1. Pues si al final vas a tener tu coranzoncito, aunque muy bien escondido, muchos besitos, compi

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